Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México, y Gianni Infantino, presidente de la FIFA, durante el sorteo en el que se definieron los grupos de la contienda mClaudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México, y Gianni Infantino, presidente de la FIFA, durante el sorteo en el que se definieron los grupos de la contienda m

Un autogol norteamericano camino al Mundial 2026

Bill Shankly, el legendario y mordaz entrenador del Liverpool a principios de la década de los setenta, en alguna ocasión sentenció que mientras algunos pensaban que el futbol era una cuestión de vida o muerte, era en realidad algo mucho más importante que eso. El futbol -y sobre todo cuando de mundiales se trata- nunca es solo una cuestión de futbol; refleja las corrientes culturales, sociales y geopolíticas en una coyuntura internacional dada. Por ello, para México, Estados Unidos y Canadá, la propuesta de una candidatura conjunta para la Copa Mundial 2026 también se trataba de algo más que simplemente futbol.

Por primera vez en la historia, tres naciones albergarán conjuntamente el mayor espectáculo del fútbol, ​​recibiendo a millones de visitantes en 16 ciudades sede de la región para 104 partidos. Cuando como embajador ante la Casa Blanca empecé en 2011 a formular públicamente mi propuesta en torno al mérito que encerraba una candidatura binacional México-EE.UU para 2026 (posteriormente elevada a norteamericana por Barack Obama en la Cumbre de Líderes de Norteamérica), subrayaba cuatro cosas en particular. Primero, que uno de los mayores retos que enfrenta la política exterior –y los esfuerzos de diplomacia pública– de ambas naciones es cómo convencer a estadounidenses y mexicanos de que cada una debe asumirse como socia de la otra y que en estos esfuerzos por ganar “mentes y corazones” de otra sociedad, pocas herramientas lo podrían hacer de manera tan eficaz como el futbol. Segundo, que el torneo y esa candidatura representaban una oportunidad sin precedentes para enviar una señal al mundo acerca de lo que representaba la alianza norteamericana y su “marca región”, su convergencia e integración económica ante el mundo, proyectando con ello un norte geoestratégico ante el mundo.

Por ello precisamente insistía en la importancia de que Claudia Sheinbaum asistiera al sorteo de grupos del mundial en Washington, y celebro el que lo haya hecho. Tercero, el que exista la enorme diáspora mexicana en EE.UU y en México habite el mayor número de estadounidenses en el exterior, y que el principal destino turístico de los estadounidenses sea México y el de los mexicanos EE.UU, imprimía a la propuesta un valor e impacto social y cultural relevantes. Cuarto, que a diferencia de Sudáfrica, Brasil, Rusia o Qatar que tuvieron que construir la mayoría de los estadios para sus mundiales, EE.UU y México sólo tendrían que modernizar y adecuar estadios existentes en las ciudades sede seleccionadas, y que nuestra infraestructura fronteriza y nuestras redes de transporte, claramente inadecuadas para nuestros flujos comerciales de siglo XXI, se podrían modernizar e integrar.

Sin embargo, a seis meses de que arranque este torneo histórico, la negligencia flagrante y la ausencia de acciones convergentes amenazan con desperdiciar lo que podría ser el momento de proyección de poder blando más poderoso del siglo XXI para nuestra región: una estrategia unificada de diplomacia pública. Más allá de la inacción gubernamental y la inercia desde 2018, cuando la candidatura norteamericana salió triunfadora, los obstáculos han sido reales y se han agudizado con el rumbo que ha tomado la agenda norteamericana desde el retorno al poder de Donald Trump; hoy las prioridades y sensibilidades políticas en torno a la inmigración, el comercio y la soberanía complican la coordinación. Los silos burocráticos dentro de cada gobierno se resisten a la cooperación transfronteriza; los intereses comerciales priorizan la competencia sobre la colaboración. Y es que el 11 de junio comenzará a rodar el balón en la Ciudad de México, pero no aparentemente las ideas.

Los datos duros dan cuenta de la oportunidad ante nosotros. Se estima que cinco mil millones de personas verán el campeonato en todo el mundo y se prevé que aproximadamente seis millones de aficionados crucen las dos fronteras norteamericanas; la derrama económica entre junio y julio de 2026 podría superar los $11 mil millones de dólares. Estas cifras representan más que una oportunidad comercial: constituyen una oportunidad única para transformar la percepción global de Norteamérica como una región que, a pesar de sus asimetrías y diferencias, posee una visión integradora, dinámica y sinérgica en lugar de tres naciones con anteojeras cada vez más divididas por la retórica política, la falta de ambición o la negligencia profesional en la conducción de la política exterior. Pero no parece haber el más mínimo esfuerzo trilateral por desarrollar una estrategia y narrativa conjuntas y sinérgicas, ni entre los tres gobiernos ni de la mano de los respectivos sectores privados. Cada país está desarrollando visiones, campañas y estrategias distintas cara al torneo.

Consideren lo que podría lograr un enfoque coordinado trilateral, gubernamental y de la iniciativa privada. En momentos de enorme fluidez y volatilidad geopolítica aliñadas con la incertidumbre en torno a las amenazas y guerra arancelaria de Trump y el proceso de revisión del T-MEC en 2026, una narrativa norteamericana unificada podría enfatizar las oportunidades de inversión y competitividad de los tres socios norteamericanos. Campañas promocionales conjuntas mostrarían la extraordinaria diversidad turística de la región como un patrimonio colectivo o el enorme potencial que encierran nuestras instituciones culturales e industrias creativas -en español, inglés y francés. O un programa de intercambio educativo entre los tres países. Pero quizá uno de los mayores legados podría estar en la facilitación de los flujos de viajeros norteamericanos, no solo cara al movimiento de aficionados y turistas el próximo verano. Estados Unidos tiene dos sendos programas de viajero seguro, con Canadá vía NEXUS y con México vía Global Entry, que me tocó negociar para viajeros mexicanos durante mi gestión como embajador en Washington. Lo lógico, sobre todo con una administración estadounidense hoy en el poder focalizada en controles fronterizos y migratorios, sería armonizar e integrar los dos sistemas para derivar en un solo programa de viajero seguro norteamericano que permita de ahora en adelante el cruce agilizado, seguro y confiable de ciudadanos mexicanos, estadounidenses y canadienses entre los tres países. La facilitación coordinada en este rubro podría demostrar que la cooperación norteamericana realmente funciona en aspectos puntuales y concretos, contrarrestando narrativas de disfuncionalidad regional.

Las oportunidades geopolíticas perdidas con la inacción y falta de ambición y apetito de los tres gobiernos van mucho más allá del fútbol. En un momento en que China invierte miles de millones en diplomacia pública (a través de sus institutos Confucio) y Rusia lanza sofisticadas campañas de desinformación, propaganda y polarización, usando de paso a México como caballo de Troya de esos esfuerzos, América del Norte ha tenido dificultades para proyectar una identidad cohesionada. La Unión Europea, a pesar de sus propios desafíos, ha utilizado con éxito eventos como los Juegos Olímpicos y los campeonatos de la UEFA para reforzar narrativas de integración y propósito compartido. El fracaso de Norteamérica en hacer lo mismo con la Copa Mundial claramente representa un autogol. Las implicaciones diplomáticas podrían ser muy significativas. En una era de creciente chovinismo y política exterior transaccional, el Mundial ofrece una plataforma para demostrar que la cooperación internacional produce beneficios tangibles y la diplomacia pública coordinada podría presentar la integración norteamericana como un modelo exitoso ante otras regiones. Esto es especialmente importante ahora que tanto México como EE.UU enfrentan cuestionamientos externos, el primero sobre la inseguridad y ambos sobre su trayectoria democrática, y Canadá navega en un panorama internacional incierto, y cuando las percepciones públicas a cada lado de las fronteras parecen ir a contracorriente, dominadas en Canadá por el rechazo al hostigamiento diplomático de Trump y sus amagos de convertirla en el estado 51, y en EE.UU por la convicción de que su frontera sur es la fuente de una serie de males que lo aquejan y la principal vulnerabilidad de seguridad nacional.

No faltarán quienes en las tres capitales argumenten que la comunicación coordinada y unificada es una suma-cero, amenaza la soberanía nacional o diluye identidades distintivas, lo cual revela de paso una profunda incomprensión acerca del propósito de diplomacia pública y marca norteamericanas. Una campaña efectiva de diplomacia pública para la región no buscaría encubrir diferencias; las enmarcaría dentro de narrativas más amplias y convincentes. El lema de la Unión Europea “Unidos en la Diversidad” muestra cómo esto funciona. Norteamérica podría adoptar su propia versión -quizás “Tres Naciones, Un Balón, Infinitas Posibilidades”- sin sacrificar las respectivas identidades nacionales.

Lo que se necesita es voluntad política al más alto nivel, de la mano del sector privado. Queda todavía un resquicio de tiempo, pero la ventana se cierra rápidamente. Los líderes de Norteamérica deberían reconocer lo que está en juego: la historia rara vez ofrece oportunidades tan claras a nuestra región para moldear la percepción global, sobre todo con una región que necesita desesperadamente contar una mejor historia sobre sí misma. Por ende, la pregunta que tendrían que estarse haciendo es cómo asegurar que en todas las esferas de interacción pública o privada, social o cultural, México, Estados Unidos y Canadá pasemos de ser cómplices del fracaso a socios del éxito. El Mundial se celebrará independientemente de si Norteamérica aprovecha o derrocha su potencial diplomático. La pregunta relevante es si tres naciones vecinas capitalizarán este momento para proyectar fuerza, unidad, visión estratégica y propósito compartido.

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