Hay algo que veo todo el tiempo, en todos lados y en la gran mayoría de las personas que conozco: dicen que quieren alcanzar sus objetivos, pero viven organizándose para no hacerlo. Acomodan su vida para no incomodarse y terminan creyéndose sus propias excusas. Pero después se preguntan por qué los resultados no llegan.
Esto pasa en todas las áreas de la vida: con el dinero, con el negocio, con la salud, con la alimentación y con las relaciones. Y tiene todo que ver con la organización diaria. Una persona dice que quiere bajar de peso, pero después se da todos los permitidos habidos y por haber. Dice que quiere ahorrar, pero gasta sin límites. Dice que quiere crecer, pero evita cualquier decisión que la mueva del lugar. Dice que quiere una relación sana, pero repite exactamente las mismas dinámicas que ya sabe que no le funcionan.
La comodidad tiene una forma silenciosa de estancarnos. No aparece de un día para el otro sino que se va instalando en pequeños detalles: decisiones que postergamos, conversaciones que evitamos, hábitos que no cambiamos, excusas que repetimos casi sin darnos cuenta. Lo más peligroso es que, con el tiempo, esa comodidad se vuelve un sistema diseñado para no crecer.
Acá es donde aparecen dos tipos de personas: las que se mienten para quedarse en su “zona de confort”, aunque en realidad no sientan ningún confort, y las que se dicen la verdad para cambiar.
Las primeras justifican todo lo que no hacen. “No tengo tiempo”, “no tengo contactos”, “no tengo ayuda”, “no puedo invertir”, “eso no es para mí”. Esas frases, repetidas lo suficiente, se convierten en la narrativa que guía su vida. Una narrativa creada para que la excusa los consuele y no tengan que enfrentar la verdad: que tienen que cambiar. Siempre encuentran un chivo expiatorio para autoengañarse:
Todo esto no es más que victimizarse para no asumir la responsabilidad de hacer lo que realmente hay que hacer.
El otro tipo de persona, la que sí avanza, hace algo muy simple, pero muy valiente: se dice la verdad. Entiende que si no está teniendo lo que quiere, hay algo que tiene que revisar. Y ese acto de honestidad es la forma de generar resultados. No se oculta detrás de excusas ni espera condiciones perfectas. Sabe que, si algo no está funcionando, la pregunta no es “¿por qué a mí?”, sino “¿qué tengo que ajustar yo?”.
Estas personas entienden que la incomodidad es parte del crecimiento: una señal de que algo nuevo, que todavía no conocemos, está llegando a nuestra vida.
Quien se miente, repite; quien se dice la verdad, evoluciona.
Querer resultados extraordinarios con hábitos ordinarios es imposible. No podés construir una vida nueva sosteniendo la versión vieja de vos misma. Y esto se ve clarísimo en la vida real: pretender un negocio rentable sin mirar los números, querer liderar sin trabajar las heridas, desear bienestar sin cambiar hábitos, esperar abundancia sin revisar la relación con el dinero y creer que la vida va a mejorar sin transformar tu mentalidad y tu actitud frente a ella.
Decirte la verdad es incómodo, sí. Pero también es lo más liberador del mundo.
Te devuelve el poder y te ayuda a dejar de repetir lo que ya sabés que no funciona.
Cuando dejás de mentirte, dejás de sabotearte. Y cuando dejás de sabotearte, los resultados aparecen.
Siempre. El crecimiento deja de ser un deseo y se convierte en una consecuencia.
La pregunta final, la que define tu vida, es esta: ¿De qué lado querés vivir? ¿Del lado de quienes se mienten para justificar su aparente “comodidad”? ¿O del lado de quienes se dicen la verdad para construir la vida que desean?


