Llegó a su vida a través de una cadena de casualidades en la que Facebook funcionó como punto de partida. Esa tarde, el anuncio de “una gata en adopción” la conmovió mientras navegaba por las redes sociales. El pedido de su hija para ir a buscar al animal en cuestión concretó la acción.
“Acordamos ir a buscarla. La sorpresa fue total. Nos la entregaron en una esquina y, lo que esperábamos que fuera una gatita -según habíamos visto en la foto que nos habían compartido- resultó ser una gata enorme, grande y adulto, que verdaderamente parecía un león. Lo adoptamos sin dudar. Los tutores anteriores solo nos dijeron que lo habían encontrado en la calle hacía meses. Una vez en casa, cuando intentamos preguntarles qué comía y cuáles eran sus rutinas, ya nos habían bloqueado", recuerda con tristeza Elena Blanco.
La abandonaron preñada en un basural y una ecografía de urgencia reveló lo impensado: “A ella no podía cerrarle la puerta”
Mientras la adaptación con Elena, su esposo, su hija, un perro y otra gata, seguía su curso, la familia descubrió que la gata que había adoptado no era hembra sino un macho castrado. Así fue como Nany se transformó en “el Nany León” para su nueva familia.
La adaptación fue extrañamente sencilla, aunque “el Nany León” impuso sus propias reglas. A pesar de que no le costó aceptar a sus nuevos compañeros de vida, no era un gato de mimos fáciles. Las primeras veces, cuando la hija de Elena intentaba alzarlo, él apoyaba sus grandes patotas en ella, su cara “seria” parecía decir: no estoy acostumbrado a esto. Era un gato que, al principio, prefería esconderse en el guardarropas del dormitorio principal.
Pero poco a poco, los mimos que no pedía, los empezó a recibir y aceptar. La hija de Elena logró que durmiera con ella, y el matrimonio pronto descubrió su gran debilidad: era friolento al extremo y buscaba cobijarse bajo el acolchado en invierno.
En verano, le gustaba descansar en el patio de la casa aunque, por momentos, en algunos sectores el calor se elevara a 50°C de temperatura. “Esos días de intenso calor encontrábamos al niño grande acostado en una caja o en el piso a la sombra en patio de atrás. También sobre una mesa de mármol en medio del recinto”.
A pesar de su inicial resistencia a las caricias, era de naturaleza sociable. No tenía ningún problema en subirse al regazo de cualquier visita, ya fuera un amigo de la casa o el hijo mayor de Elena, que visitaba a su mamá con frecuencia y que no se atrevía a moverse sin pedir “permiso” al gato. Hasta el nieto de 9 años de Elena hallaba a Nany León acurrucado sobre sus piernas mientras jugaba con el celular.
“El Nany León” era el rey de los estrenos en casa: toda caja desocupada era su nueva “casita”. Su lugar favorito de descanso lo encontró encima del lavarropas, tapado por una manta amplia, lo que obligaba a la familia a pedirle “autorización” cada vez que necesitaban hacer un lavado.
“El Nany León” era un torbellino de ocurrencias: asustadizo al agua hasta el punto de saltar “de aquí a la China” por una salpicadura, o al ruido del secador de pelo que en una ocasión lo hizo correr tan fuerte que casi tira el televisor de 32 pulgadas, salvado de milagro por las manos ágiles de uno de los hombres de la casa.
También se sintió amenazado cuando comenzó a pasar la línea 5 de ómnibus urbano frente a la casa de la familia. Como asfaltaron la calle, tomaron ese recorrido. “El sonido del motor al pasar velozmente lo hacía saltar de su cama y huía”. El Nany tuvo que acostumbrarse y entender que no iban a entrar a molestarlo, ni atropellarlo, sólo era el sonido al pasar.
“Esos sobresaltos y sus reacciones a veces bruscas nos hacían pensar en un pasado difícil. Creíamos que el maltrato pudo haber marcado su crecimiento, dándole esa cara seria de blue point que no delataba su alma amorosa".
Le gustaba el agua de lluvia. Cuando dejaba de llover y empezaba a salir el sol, salía al patio y tomaba agua de los charquitos que se formaba en el piso.
El final llegó el 14 de enero de 2025. “Quedamos destrozados porque no pudimos verlo venir. Mi hija, a quien él llamaba “mamá”, notó que en sus últimos días él buscaba más que nunca su presencia: la seguía por toda la casa, dormía sobre ella. Creímos que era solo un capricho de “mimado de primera”. No supimos detectar el silencio, el desgano de dejar de comer. No supimos entender su pedido de auxilio. Quedamos desechos. Quedamos vacíos, quedamos en llanto“.
Se fue dejando un vacío inmenso. “Aunque estuvo pocos años con nosotros, su presencia fue intensa. Hoy, a casi un año de su partida, su recuerdo sigue vivo. Sigue en el jardín, entre las rosas blancas y, sobre todo, en nuestro corazón”.
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