Los historiadores ingleses Tom Holland y Dominic Sandbrook sugirieron que la ubicación del primer asesinato de Jack el Destripador, ocurrido hace casi 140 años, podría ser clave para desentrañar su identidad. Los presentadores del pódcast The Rest Is History creen que el empleo del asesino serial no identificado explicaría su accionar y facilitaría su identificación, un misterio que se mantiene hasta la actualidad.
Holland explicó en GB News que el cuerpo de Mary Ann Nichols, la primera víctima de 43 años, fue hallado “junto al mayor depósito de cadáveres del East End, que opera durante toda la noche”. La teoría central vincula al Destripador con profesiones como matarife, carnicero o desollador. Estas ocupaciones, argumenta Holland, otorgan a quien las ejerce “cuchillos, conocimientos de anatomía y una razón para tener sangre encima”. Un matarife se encarga de recoger y desechar animales de granja muertos o heridos.
Esta línea de trabajo podría no solo haber proporcionado una coartada, sino también explicar la brutalidad de los crímenes. Holland señaló que asesinos seriales a menudo muestran interés en torturar animales desde la infancia, lo que los lleva a conseguir un empleo en un depósito de cadáveres, un matadero o una carnicería una elección “obvia”. El historiador argumentó que la progresión de los crímenes del Destripador, que muestran un “creciente frenesí”, encaja con esta hipótesis. “Tendría sentido, me parece, que pases de descuartizar caballos a mutilaciones más horribles de mujeres”, aseveró el historiador.
Entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888, Jack el Destripador acabó con la vida de al menos cinco mujeres en Whitechapel. Las víctimas fueron Mary Ann Nichols (43), Annie Chapman (47), Elizabeth Stride (44), Catherine Eddowes (46) y Mary Jane Kelly (25). Los ataques solían ocurrir durante la noche o las primeras horas de la mañana, lo que llevó a los historiadores a sospechar que el Destripador podría haberlas emboscado en su trayecto laboral.
La naturaleza de los asesinatos era excepcionalmente violenta: cortes profundos en la garganta, mutilaciones excesivas en abdómenes y genitales, extirpación de órganos internos y desfiguración de rostros. Estos detalles fueron previamente citados por expertos como evidencia de un conocimiento anatómico inusual del asesino.
La identidad del Destripador generó teorías por décadas. El autor Russell Edwards afirmó haber resuelto el caso en 2007, tras adquirir un chal de la escena del crimen de Catherine Eddowes, la cuarta víctima. Supuestamente, la prenda había sido retirado por un agente y conservaba manchas de sangre y semen.
Edwards declaró que las pruebas de ADN del chal coincidían con las de un pariente lejano de Aaron Kosminski, un barbero polaco y principal sospechoso. Sin embargo, estas afirmaciones fueron cuestionadas por expertos. En 2019, críticos publicaron una “expresión de preocupación”, ya que dudaban de la legitimidad del chal o de su posible contaminación, algo que sembró dudas sobre la validez de esa conclusión.
El caso de Jack el Destripador generó un enorme interés público porque combinó elementos que, incluso hoy, todavía capturan la imaginación colectiva: un asesino brutal e inteligente que nunca fue identificado, crímenes especialmente violentos para la época y una ciudad como Londres, donde la prensa sensacionalista amplificó cada detalle. La combinación de misterio, horror y la incapacidad de la policía para atraparlo alimentó especulaciones, teorías y miedo, convirtiendo el caso en uno de los primeros fenómenos mediáticos globales y en una historia que aún fascina un siglo después.
